El próximo 7 de junio, como ciudadanos europeos, volvemos a estar convocados a las urnas; esta vez para elegir a los miembros del parlamento europeo y, según se anuncia, la participación va a ser más que escasa.
No se pretende analizar las causas sociológicas que determinan esa baja participación porque nada se puede hacer individualmente por remediarlas en un futuro inmediato. Sin embargo, individualmente, en grupo, asociado, integrados en los diversos colectivos de los que formamos parte, sí que puedemos esgrimir un puñado de argumentos que justifican el que queramos ir a votar el 7J. Y que lo queramos hacer con un voto socialista, al PSOE.
Queremos compartir estos razonamientos para animar a otros a hacerlo también.
La vieja Europa es una comunidad histórica que se está gestando desde hace muchos siglos. Ha sufrido avances, regresiones, guerras y luchas fratricidas, también nacionalismos; ha padecido la lacra del terrorismo y del genocidio, dictaduras, monarquías, totalitarismos, revoluciones liberales, nacionalistas y marxistas… Ha provocado el colonialismo el y imperialismo para después abandonar a su suerte a las esquilmadas colonias. También ha sido cuna y crisol de la democracia y de lo que hoy entendemos por cultura occidental.
Aún hoy estamos en pleno proceso de construcción política europea. Una construcción que comenzó después de la desgarradora y traumática desolación que dejó tras de sí la II Guerra Mundial a partir de un pequeño germen de carácter industrial, la CECA, siguió con la coordinación económica, CEE, y, posteriormente, la Unión Europea, UE, que representa un continuum de acuerdos sociales, laborales , económicos y políticos.
Parece que estamos en un proceso de construcción que no tiene vuelta atrás y que paulatinamente sigue sumando nuevos países jóvenes o antiguos a esta Unión. Hemos llegado a la Europa de los 27. Somos 27 Estados diversos en nuestra composición, nuestro carácter sociológico, las lenguas que hablamos, las religiones que practicamos, el modelo de Estado, la forma de Gobierno…
Sin embargo y, a pesar de tanta diversidad, hemos llegado al acuerdo de que queremos ocupar juntos un lugar en el mundo. Un lugar propio, independiente y con una identidad clara. Un lugar que nos sitúe en posición de primer orden, que garantice el Estado del Bienestar que hemos sabido crear, que asegure y consolide nuestra confianza en un futuro más justo para nuestros hijos, que nos permita mediar en los conflictos, cooperar con los países más pobres, y con los países emergentes. Un lugar digno, del que nunca debimos salir.
Somos muchos los europeos que echamos en falta una política común que nos haga más libres, que nos convierta en referentes para la paz en el Próximo Oriente y Oriente Medio, en Asia y Latinoamérica, que nos sitúe a la cabeza de la investigación biomédica y en la erradicación de enfermedades infecciosas que son especialmente letales en África subsahariana, que nos muestre como espejo en políticas sociales en todo el planeta. No en vano los europeos somos los creadores del Estado del Bienestar.
Somos muchos, también, los europeos que detestamos algunas medidas antisociales, xenófobas, discriminatorias, neoliberales o que encierran la intención de explotar a los países del tercer mundo y particularmente a las personas que nos llegan de él huyendo de la miseria.
Somos muchos los europeos que estamos convencidos de que, juntos, podemos construir una Europa mejor, una Europa que reclame un mundo más justo, una Europa que exija la eliminación el muro de Gaza y el cierre de Guantánamo, que trabaje por la creación de un Estado en Palestina y en el Sáhara, que condene y contribuya activamente a erradicar la pobreza en el mundo, la explotación y el trabajo infantil, la violencia de género, la explotación de unos hombres por otros. Una Europa que promueva el desarrollo sostenible en todos los puntos del planeta, que crea en los Objetivos del Milenio y luche por conseguirlos, que elimine el tráfico de personas y el de armas y el narcotráfico. Que juzgue y condene el terrorismo en todas sus formas, así como las dictaduras y los regímenes totalitarios de todos los colores.
Somos muchos los que queremos una Europa laica y sin fronteras físicas o mentales para las personas como ya la tenemos en las mercancías. Los que queremos una convivencia en paz, igualdad y respetuosa con los derechos de todos sus ciudadanos y con el principio de igualdad de oportunidades, una Europa con un reparto equitativo de las riquezas, con un acceso libre a la cultura en todas sus manifestaciones. Una Europa libre de corrupción, libre de mafias y de clientelismo, una Europa sin caciques ni chicholinas.
Para hacer esa Europa, necesariamente tenemos que votar a los representantes políticos que la hagan posible, y aquí conviene recordar que todas las opciones políticas no persiguen los mismos objetivos; si miramos a nuestros vecinos del Este, algunas opciones van en la dirección opuesta a la que aquí se reclama.
Por otra parte, debemos combatir la tentación de abstenerse porque eso supone mirar para otro lado; supone delegar en otras personas nuestra propia voluntad. Abstenerse supone ignorar voluntariamente las injusticias que queremos erradicar de nuestro entorno más inmediato y del planeta visto en su globalidad. Abstenerse nos priva del derecho de crítica. Abstenerse es síntoma de falta de compromiso personal con la realidad que nos rodea.
Votemos, pues, con coherencia personal. Seamos consecuentes con lo que pensamos. Llenemos las urnas con nuestros pensamientos y voluntades para luchar por un mundo más justo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario